El término “imprinting”, o “impronta”, se refiere correctamente a un comportamiento de aprendizaje, innato y espontáneo. La forma mejor conocida de imprinting, que será el tema de este artículo, es el imprinting (o la impronta) filial, a través de que el animal joven aprende las características de sus padres.
Lamentablemente, varios veterinarios, ingenieros agrónomos y adiestradores de caballos, particularmente en América latina, han secuestrado el término impronta/imprinting, alegando que es una técnica con bases científicas, apta para la doma inicial del potro, en que se obliga al recién nacido a soportar un manejo invasivo, sin respeto a la relación madre-cría, imponiéndose sobre la voluntad del potro, indiferente a su estado mental y de desarrollo.
Empecemos con la definición dada por la Real Academia Española, en su diccionario online: Impronta (en biología) se define como un “proceso de aprendizaje que tiene lugar en los animales jóvenes durante un corto período de receptividad, del que resulta una forma estereotipada de reacción frente a un modelo, que puede ser otro ser vivo o un juguete mecánico”. (Evidentemente, esta definición se restringe a la impronta filial).
Dando la palabra al blogger Daniel (no nos da su apellido) quien publica un ameno relato del etológo austriaco Konrad Lorenz y la impronta, “el término impronta se refiere a una forma de aprendizaje en la que un animal muy joven fija su atención en el primer objeto que ve, escucha o toca y el movimiento que, a continuación, hace tras ese objeto; en la naturaleza, ese objeto normalmente es uno de los padres.
Experimentalmente, otros animales y objetos inanimados han sido utilizados para estudiar este comportamiento. Lorenz en el año 1935, se dio cuenta de esto al observar que ciertas aves, al dejar el nido después de la incubación, identificaban a cualquier otro ser que se moviera como su madre”.
Otro blog, más especializado en biología, señala en su breve artículo sobre “el fenómeno de huella o imprinting” que fue el entonces profesor de Lorenz, el aleman Oskar Heinroth quien, en 1910, “había notado que algunos de los jóvenes gansos nacidos de huevos incubados artificialmente, rehusaban seguir a su madre natural y preferían seguirle a él. Una serie de detallados experimentos le permitió descubrir que los gansos habían adoptado como progenitor al primero objeto móvil que habían visto tras su nacimiento, independientemente de que fuese un ganso, un humano o cualquier otro objeto en movimiento”.
De hecho, el primer científico en describir el fenómeno fue un biólogo británico, Douglas Spalding quien, en los años 1870 (según la revista Nature, en su corta biografía) observó el comportamiento de imprinting en pollos de gallina doméstica. Tanto Spalding, como Heinroth y Lorenz, describieron un comportamiento espontáneo por parte de los polluelos que se encontraban, en realidad o en efecto, huérfanos, sin otra intervención humana que el estar a proximidad y desplazarse a la vista de las crías, esencialmente ofreciéndose como sustituto de los padres y dejando arrancarse al proceso natural de imprinting.
En un artículo sobre la lactancia materna en los Archivos argentinos de pediatría, reproducido en un blog, refiriéndose a los patos y gansos de Lorenz, el Dr. Ignacio Canevari nos presenta la idea de “la huella que queda en el cerebro de los ánades recién nacidos con la imagen de su madre o del primer ser que encuentra al salir del cascarón”. Gracias a Canaveri se entiende porqué se usa “impronta”, término que puede suponer una intervención sobre el animal, para dar nombre a un proceso innato del organismo, sin ninguna intervención: la huella o impronta es el resultado del proceso, y no el proceso en sí.
O por no ver esta distinción, o por no hacer caso de ella, los entusiastas de manipulación precoz e invasiva, la llaman la “técnica de impronta”.
Veamos, como ejemplo de esta visión corrupta del concepto de imprinting, un artículo del 2016 de un investigador de la Universidad de la Amazonía (Pamplona, Columbia) sobre “la aplicación del imprinting en potros criollos colombianos”.
Habiendo resumido las experiencias de Lorenz, el autor nos cuenta que “Para el desarrollo de esta investigación se aplicó la técnica explicada por Hoyos (2006) del proceso de imprinting para el Caballo Criollo Colombiano, la cual se divide en tres etapas que comprenden 10 sesiones, iniciado en el momento en el que el potro se hecha después de haber mamado por primera vez. La principal herramienta para la aplicación de ésta técnica es la caricia, la cual debe aplicarse hasta que el potro deje de presentar resistencia a ella…”.
Visiblemente, el autor no ve el abismo entre el comportamiento espontáneo de polluelos en busca de guía y protector (sus padres o, en su ausencia, una persona) y la agresión sufrida por potrillos lactantes ya vinculados con sus madres (habiéndose cumplido el proceso espontáneo de imprinting). Ni siquiera el autor es consciente de la ironía de hablar de caricia que “debe aplicarse” aun frente a resistencia.
La justificación implícita de emplear la técnica a los llamados “especímenes” viene en la sección “Resultados y discusión” donde, señalando que en la investigación se trataba “del logro del objetivo etológico”, el autor considera demostrado que un potro manipulado por humanos en las primeras horas de su vida es más fácilmente manejado a los seis meses que uno sin ninguna manipulación previa.
Salvo las “condiciones promedio de temperatura ambiental, humedad relativa y altitud en los sitios de muestreo” no sabemos en qué entorno físico y social vivían los potros: ni los sujetos a la técnica, ni los del grupo de control. Dado que uno de los parámetros conductuales de interés en la investigación fue la agresividad, se sospecha que los potros no vivían armoniosamente en el campo. Otro parámetro conductual de importancia fue la “obediencia en la fase de los primeros 10 días”.
Otros ejemplos de obras sobre la “técnica de impronta” son la tesis de grado de ingeniero agrónomo zootecnista de un alumno de la Universidad Autónoma Agraria “Antonio Narro”, México, del año 2008, y otra tesis presentada en 1996 a la Escuela Agrícola Panamericana de Zamorano, Honduras.
Los autores de estas tres obras coinciden en considerar que su técnica está fundamentada en la experiencia de Lorenz, y en concluir que es mejor manipular un potro, aplicando la técnica, al nacer y no esperar el destete. No saben que su técnica pertenece a la familia de intervenciones llamadas de “inundación”, desarrolladas primero por psicólogos para tratar fobias, el trastorno por estés postraumático y otras psicopatologías en humanos, luego adaptadas a la rehabilitación de animales padeciendo un miedo discapacitante de ciertos objetos y situaciones.
Un potro creciendo en un entorno sano no necesita rehabilitación ni “habituación forzada” (correctamente llamada “inundación”). La experiencia de cualquier propietario de caballo que ha pasado largas horas en el campo en compañía de yeguas con sus potrillos es que, aunque sea preferible que el potro se acostumbra temprano al contacto con los humanos, no es necesario imponerse sobre un potrillo, siendo adecuado esperar que su curiosidad innata le lleve a buscar el contacto.
Con el vientre lleno de lecha materna, y su madre pastando tranquilamente cerca, es sólo una cuestión de tiempo para que el potro muestra interés en novedades, incluida la persona que les hace compañía. Con paciencia, tranquilidad y confianza, conseguimos aplacar el temor, vencer la reserva y despertar la curiosidad de cualquier potro viviendo en condiciones de vida apropiadas.
Es crucial reconocer que tener paciencia, tranquilidad y confianza supone dedicar tiempo, o mejor dicho olvidarse de el cuando queremos que un potro (o un adulto) se amanse, sobre todo en los primeros acercamientos al animal.
De hecho, cuando empezamos mostrando respeto hacía la naturaleza del potro, dejándole expresar su voluntad de contacto al ritmo que él controla, vemos que al descubrir que el contacto es agradable, el potro siente cada vez más atracción por nosotros y rápidamente se cree el lazo entre animal y humano. El respeto y la confianza mutua permiten luego que el adiestramiento sea un placer para ambas partes. No olvidemos que el caballo es una especie gregaria, conocida por su comportamiento “afiliativo”, o sea que le resulta natural hacerse amigos.
Con respecto al manejo coercitivo, Lucy Rees nos recuerda (en su libro “La Mente del Caballo”) que fue el soldado, filósofo y maestro de equitación griego Jenofonte quien, hace 2400 años, comentó: “Todo aquello que es forzado y malentendido no puede nunca ser bello”.
Será también útil recordar que los términos “etología” (la ciencia del comportamiento animal) y “ética” (la ciencia de la moralidad) proceden de “ethos” que es, en griego, “carácter, manera de ser”; en español moderno, el “conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad” (Real Academia Española, diccionario online).
Termino con un comentario hecho en el New World Enclycopedia por los autores del artículo en Wikipedia sobre etología (versión en inglés) y que me parece una excelente advertencia a la hora de interpretar conceptos y términos etológicos: “El estudio del comportamiento animal tiene algo que ver con la alegría que la naturaleza da a la gente, y con el papel peculiar que el humano piensa jugar como guardian de la creación”.